¡De vuelta a Verdulandia!
Hace unos días, retomamos las
actividades en nuestro huerto escolar. Los alumnos de primero, segundo y sexto de
primaria salimos al patio del colegio con nuestros profesores. Hoy contábamos
con tres nuevos voluntarios de la universidad: Carlos, Laura y David. Entre todos íbamos a devolverle la vida a la tierra de las verduras.
El verano había sido largo para Verdulandia y teníamos que preparar los bancales para volver a sembrar durante el curso. Todos sabíamos lo que esto significaba: teníamos que limpiar y remover la tierra ayudándonos unos a otros. No era una tarea fácil. Muchas hierbas se habían instalado en nuestro huerto para pasar sus vacaciones, y teníamos que echarlas de allí si queríamos que las nuestras estuvieran a gusto. Eso sí, respetando la alcachofa. Así que nos pusimos manos a la obra. Cada planta que quitábamos la dejábamos en un rincón para poder aprovecharla. Sí, aprovecharla: ¡aquí no se tira nada! Utilizamos las ramitas, tallos, hojas y flores que no queremos para mezclarlos con la tierra y hacer compost. De esta manera conseguimos que con el tiempo se descompongan y esa tierra se llene de nutrientes para alimentar nuestros cultivos.
Una vez limpia la tierra, tocaba
removerla con nuestras palas y azadas hasta dejarla bien mullida. Nos lo
pasamos tan bien que muchos de nosotros empezamos a cavar en el suelo del patio.
Es normal; tocar la tierra es algo que ya no hacemos tan a menudo. Me han
contado que hace años el barrio era de tierra. Los niños jugaban a la peonza y
a las canicas y, cuando llovía, era muy divertido meterse en los charcos y
jugar con el barro. Aunque las calles ya no sean como antes y tengamos
televisión y videojuegos ¡A nosotros también nos gusta la tierra!
Y por fin llegó la hora de sembrar. Habíamos puesto mucho empeño para acabar enterrando una semilla y esperar. A veces tenemos que trabajar mucho y durante mucho tiempo para conseguir lo que queremos. Nuestros profesores nos dieron unas bandejas enormes llenas de ajos. Entre todos les quitamos la cáscara y los dividimos en dientes. Los más pequeños estábamos fascinados: no sabíamos muy bien para qué servía esa cosita blanca y minúscula.
Después hicimos pequeños hoyos en la tierra, metimos un diente en cada uno y los tapamos apretándolo muy bien.
Por último, faltaba colocar el riego automático. Es un tubo negro muy largo que suelta gotitas de agua para que nuestras semillas no pasen sed. Así que agarramos el tubo y lo levantamos en el aire. Teníamos que trabajar en equipo porque, aunque fuéramos muchos, cada uno hacíamos un papel muy importante.
Ahora toca esperar a que la
tierra dé su fruto, respetándola y cuidándola como siempre hemos hecho en Verdulandia.
Todas las fotos
David Sánchez
Todas las fotos
David Sánchez
Qué bien lo has contado, David! Muchas gracias por tus aportaciones
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